Algo lindo
Existen los alebrijes.
Para quien no los conoce, es un tipo de artesanía originaria de México. Son esculturas de animales fantásticos, mezclas de animales conocidos y decorados con patrones pintados a mano de colores contrastantes. Según Wikipedia, fueron creados por el joven Pedro Linares López en 1936. Estaba enfermo, quedó inconsciente y tuvo una visión durante su convalecencia en donde vio a estos seres en un lugar muy apacible. Cuando despertó, milagrosamente curado, los modeló con papel y los pintó tal como los había visto y les dio el nombre, que también lo escuchó en su ensoñación. Con el tiempo se empezaron a hacer en otras regiones de México, con madera de copal, y hoy son parte de la artesanía típica local.
Me sorprendió enterarme de que la ensoñación de una persona se propagó de esta forma y dio vida a tantos seres nuevos. Bueno, supongo que eso resume más o menos el arte en general, pero desde mi mentalidad de turista en algún viaje del pasado, pensé que se trataba de algo más antiguo, relacionado con alguna creencia religiosa o superstición o algo así.
Me alegra, en un punto, saber que no, que son seres nacidos de la imaginación, porque sí. Me gustan más sin sentido. No sea cosa tener de adorno un diosito de algo solo porque es lindo o curioso. Como ponerse a jugar con kachinas o amuletos de distintas tradiciones. (No estoy en contra -nada más lejos- de tener objetos que signifiquen algo personal, que nos recuerden a alguien. Ya hablaré de este tipo de cosas seguramente en otra ocasión).
Y sin embargo, esto me lleva a algo que vengo pensando, bastante sin querer. Será la edad, será el fin de este año… Yo, que no soy nada esotérica ni religiosa, ando -lo reconozco- curioseando la idea de espiritualidad, si hubiera una no religiosa y no esotérica y no supersticiosa. Sé que hay, pero todavía no me doy cuenta bien la forma, o ni siquiera, qué quiere decir esto. Es por ahora un pensamiento en borrador que está moviéndose por ahí.
Lo que sí tengo clarísimo es que si tuviera que formar parte de alguna religión, sería alguna bien politeísta, superpoblada de dioses pero con pocos rituales. (Ahora que lo pienso tal vez esto explica un poco mi fanatismo por la obra de Neil Gaiman).
Y termino este apunte, porque siempre una cosa lleva a la otra, con una recomendación extra a uno de mis cuentos favoritos. Triste y hermoso y, ojalá, verdadero: Pequeños dioses, de Tim Pratt. (Ahí mismo hay un link para quien prefiera leerlo en inglés, y gracias siempre a Marcheto por sus traducciones y por ese blog tan genial que visito seguido y nunca deja de sorprenderme).
Las estaciones
Hay un chiste que me gusta mucho:
—Señor, ¿dónde estamos?
—En el tren.
—Sí, pero le pregunto ¿en qué estación?
—Ah, en verano.
Me di cuenta este año, tal vez en ese mismo movimiento de búsqueda que señalé en dos párrafos atrás, que quisiera vivir más estacionalmente.
Me explico (hasta donde pueda, porque también esto es un pensamiento en borrador): “estacionalmente” en relación a las estaciones del año, a los cambios de la naturaleza que por supuesto los chicos de ciudad aprendemos sobre todo en los libros infantiles y por el ciclo escuela-vacaciones; y también en relación a los ciclos ¿productivos? ¿mentales? ¿creativos?: un momento para pensar, otro momento para hacer, otro para evaluar/recalcular/, otro para gestionar; un momento interno, otro externo. Un momento de creación, otro de corrección. Obvio que las estaciones pasan, nos demos cuenta o no, y los procesos también. Pero esa tal vez es la clave, que quisiera ser más consciente de eso, darme/dar cuenta.
Me pasa algo que llamo ahora “disforia estacional” a falta de mejor nombre, y es un choque cognitivo con las imágenes que veo en redes (o que se usan tradicionalmente) a partir de octubre sobre todo. Se empieza a teñir todo de halloween o el día de los muertos con sus colores otoñales y calabazas mientras acá estalla la primavera, y después para navidad, de puro invierno que vemos desde los cuarenta grados a la sombra y los días largos y luminosos. De un invierno que además no conozco, porque vivo en un lugar en donde no nieva. Entonces, en resumen, creo que me gustaría hacer fiestas/rituales de cambio de estación, pero que se correspondan a la estación en que me toca estar. Así, por ejemplo, tal vez deberíamos invertir todo y pasar halloween para el otoño y en octubre poner pascua en su origen más pagano y la fiesta del renacimiento de primavera. En diciembre, retomar la fiesta del solsticio de verano (ver yapa más abajo) y comer frutas secas y pan dulce durante alguna celebración invernal.
Como se ve, sé poco y nada de rituales y ni quiero meterme con la colonización cultural y esas discusiones que seguro valen la pena pero me exceden por ahora. Hablo de sensaciones, de una tensión superficial que me encontré hace poco y que quiero explorar. A ver qué hay.
Tengo una hermosa colección de libros infantiles que recorren los cambios de la vida en las estaciones, y tenemos ahí en gatera un taller de lectura sobre esto con mi gran amiga y colega Virginia Ruano, para nuestro ciclo de Gabinete de lecturas. Ya le llegará la ocasión.
La vida en la ciudad, la vida ocupada que en general llevamos hace que las vacaciones sean un suspiro en el año, un buen recuerdo en el mejor de los casos, pero que nos cueste mucho vivir realmente los cambios de ritmo que nos propone el tiempo.
Perdón por este apunte reflexivo poco concreto. Es un pensamiento en proceso, justo antes de renovar esperanzas con el brindis de las doce en año nuevo y de entregarme al dolce far niente del verano.
Una recomendación
Eduardo Abel Gimenez, escritor, editor, músico, etcéteras, y gran amigo y socio retomó sus quehaceres musicales y estuvo componiendo y grabando durante los meses pasados y se puede escuchar algo de eso por youtube o por spotify.
Es raro -rarísimo diría- que yo recomiende música, no creo que se vuelva a repetir en este boletín, pero en realidad es una excusa para recomendar en general que visiten la web de Eduardo, sus libros y fanzines también.
Cursos y eventos próximos
Me guardo, por primera vez en mucho tiempo, durante enero y parte de febrero, para repensar y organizar algunas cosas sobre el futuro de los cursos y talleres. De todas formas, ya hay algunas cosillas en el horizonte, avisaré oportunamente y como adelanto solo digo que si te dan ganas de incursionar en la cerámica durante el verano, stay tune!
Sección personal
Creo que casi todo este boletín quedó más reflexivo y personal que otras veces, supongo que como influencia del fin de año. Quiero agregar esta nota igual porque en el último boletín me despedía diciendo que iba a votar y después pasaron muchas cosas en este país y en el mundo, y no en la dirección más tranquilizadora (si es que hay de eso, en el estado de las cosas en general). Más allá de las opiniones en materia económica y financiera de las que no puedo hablar porque no entiendo demasiado, gobiernos de derecha, negacionistas del cambio climático y de derechos humanos, a favor de la portación de armas y que retroceden en discusiones que ya creía superadas en la vida social y democrática, no son el resultado que esperaba. Acá y en varios lugares del mundo. Y ni hablar de las regiones en guerra y/o constantemente amenazadas por el terrorismo.
Dicho esto, encontré un meme que resume perfecto para mí este fin de año:
Pero también todo esto (culpo otra vez al espíritu de fin de año y al OPIR -optimismo irritante- que padezco) me hace ver no solo la situación de privilegio en la que vivo (y no lo digo solo porque tengo seres queridos, salud, un techo y comida y trabajo) sino también la belleza y la alegría de las pequeñas cosas que a veces es muy fácil pasar por alto (me remito al cuento recomendado en la primera sección y al espíritu general que espero que tenga siempre este boletín).
Ya lo dije alguna vez pero lo repito: a veces voy a la oficina y miro la ciudad desde el colectivo y de verdad no puedo parar de alucinar con que los humanos inventamos los edificios, la electricidad, las miles de cosas que hacen que podamos vivir tan cerca y a la vez cada uno con su variedad de estilos, con sus cositas, y que podamos cruzarnos en la calle y hablar sobre la lluvia o sobre el precio de las manzanas o sobre un árbol en la vereda que da flores amarillas que son un sueño. Que vayamos a ver una muestra de arte o una película en el cine. Todo lo necesario para que eso esté ahí, en ese momento, para nosotros y para muchas otras personas. Es una locura el mundo, una fuente constante de asombro, un gimnasio para la curiosidad. Y qué fácil que es a veces no ver nada de esto, naturalizarlo, olvidarnos de que eso podría perfectamente no estar ahí, no existir, o peor: ser limitado, prohibido o bombardeado.
Es inevitablemente época de balances y yo todavía no hice con seriedad el mío pero sí me gustaría compartir algunos titulares: trabajé mucho mucho este año (demasiado, me temo. Todavía debería estar trabajando en vez de estar escribiendo esto, pero shhh, falta menos). Y una situación que fue en realidad la gota que rebalsó el vaso me hizo pensar mucho y me hizo dar, no diría un giro, sino una especie de ampliación de la ruta, y empecé una carrera nueva y estoy muy contenta con esa decisión, a pesar del esfuerzo extra que implicó y a pesar de no saber bien todo lo que implicará en todos los sentidos en el futuro.
Hay dos cosas que me ponen especialmente contenta de esta decisión:
una, que tengo la sensación de que es un reencuentro más que algo nuevo. Que es algo que siempre estuvo ahí y ahora lo veo, en el sentido de “lo reconozco y le doy lugar”. Hay una palabra griega para esa forma de aprender o de enseñar, que es como un click tan perfecto que da la sensación de que ya lo sabías en realidad. La leí en algún lado y nunca más la encontré. Si alguien la sabe, agradeceré el dato.
y dos, que lo mejor de todo fue conocer gente que viene de lugares y situaciones muy distintas pero con mucha curiosidad y ganas de aprender y generosidad por compartir lo que sabe, y esto está seguro en el top tres de las cosas buenas del año para cuando haga mi balance. Qué motivador es aprender en grupo. Y un punto extra de esto es que también curso con dos de mis personas favoritas de la vida, así que todo es ganancia.
En tren de balances y planes, entonces, dejo por acá esta propuesta de una artista que me encanta, Julia Rothman, que está a medio camino entre un balance y las resoluciones de año nuevo. Se trata de hacer una lista de Menos y Más. Lo explica por acá y pueden ver algunas variantes en su ig. Y por supuesto, si alguien tiene ganas de compartir su menos y más para 2024, ¡bienvenido! Yo subiré el mío por algún lado también, en cuanto lo tenga.
Yapa
Recomiendo fervorosamente el boletín de Carmen Pacheco, Flecha.
Y ahora sí, me callo. Quedó un boletín largo y reflexivo, a cuenta del que no mandé en noviembre. Seguimos a vuelta de calendario y nos vemos en unas semanas por acá.
Gracias por leer y por estar ahí. Ojalá que estos apuntes te hagan sonreír, te hagan pensar algo lindo o algo nuevo. Que el 2023 te haya sido un año amable y que el 2024 sea mejor.